Juan O’Gorman y el Politécnico
Arq. Reinaldo Pérez Rayón
noviembre de 2005

Juan O ‘Gorman fue un hombre polifacético, como algunos personajes del Renacimiento y en sus diferentes facetas brilló su indiscutible talento, como arquitecto, como pintor, y para los que tuvimos el privilegio de haber sido sus alumnos, como un excelente maestro.
Mucho se ha hablado elogiosamente de él, pero poco del hecho de haber sido el creador de la segunda escuela de arquitectura del país y uno de sus más destacados maestros durante un periodo de 18 años.
Este hecho fue relevante, ya que la escuela que él creó resultó en su momento, la más avanzada en cuanto a la enseñanza de la arquitectura moderna, misma que surge como novedad en el país en los años treinta, después de haberse generalizado en Europa y Estados Unidos. Arquitectura prevista por Viollet le Duc a mediados del siglo XIX como la que tendría que satisfacer las necesidades del hombre moderno, con el uso de la nueva tecnología.
Esta nueva arquitectura entusiasmó a un grupo de jóvenes y talentosos arquitectos en el que naturalmente destacaba Juan O ‘Gorman, pero del que formaron parte también Juan Legarreta, Enrique Yáñez, Raúl Cacho, Álvaro Aburto y Augusto Pérez Palacios, principalmente, y realizaron obras con la aplicación rigurosa de sus principios.
A Juan O ‘Gorman le encargó el Lic. Bassols, Secretario de Educación Pública, realizar el mayor número de escuelas con un millón de pesos, y él, con proyectos muy funcionales y los sistemas constructivos más avanzados, realizó 37. Juan Legarreta construyó un conjunto de casas para obreros; Enrique Yáñez los primeros grandes hospitales, el de la Raza, entre ellos; Raúl Cacho conjuntos habitacionales de bajo costo; Augusto Pérez Palacios poco después proyectará el estadio olímpico de Ciudad Universitaria.
Este grupo, trató de llevar su entusiasmo a su escuela, pero al tratar de hacerlo encontró una cerrada oposición por parte de sus maestros tradicionalistas en La Academia de San Carlos, dependiente de la Universidad Nacional.
La Escuela Superior de Construcción, que formaría parte del Instituto Politécnico Nacional con el nombre de Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura, ESIA, los acogió de inmediato. Pronto se unieron José Luis Cuevas B. que tradujo Hacia una Arquitectura de Le Corbusier, y fue publicado en la revista Edificación, que la escuela editó; así como Hannes Meyer, ex director del Bauhaus, quien llegó a México exiliado del nazismo y junto con José Luis Cuevas Pietrasanta organizaron en la ESIA el primer postgrado de urbanismo en el país.
Lo anterior obedeció a circunstancias determinantes:
Una: en México, en los años treinta, como consecuencia de la Revolución, prevalecía un espíritu nacionalista, con una aspiración de justicia social y plena confianza en el futuro desarrollo del país. Por ello, varios mexicanos distinguidos crearon una institución que formara a los técnicos y profesionistas que serían requeridos. Esta fue el Instituto Politécnico Nacional.
Otra: la nueva arquitectura es concebida para satisfacer las necesidades del hombre moderno, al margen de su situación social, económica o política. Esto los enfrentó a satisfacer un cúmulo de necesidades rezagadas, escuelas, hospitales, edificios e instalaciones para la cultura popular, la recreación, el deporte, y, sobre todo, habitaciones dignas, confortables, seguras y agradables.
Las premisas de esta arquitectura son; la funcionalidad, la racionalidad, la economía, la agradabilidad y el mejor aprovechamiento de la tecnología.


La plena coincidencia de las circunstancias anteriores explica que fue el Politécnico donde Juan O ‘Gorman y su grupo encontraron el campo propicio para la enseñanza de la nueva arquitectura.
Como maestro, Juan O ‘Gorman tuvo un papel relevante, en sus cursos de Teoría de la Arquitectura, no sólo por la lógica de las ideas y la claridad para expresarlas, sino por motivar a sus alumnos a la constante participación en los análisis y las deducciones.
Recuerdo que sus clases se iniciaban sin falta a la hora determinada, en un aula siempre colmada de alumnos, y que, a la hora de su término, como nadie intentaba salir, ésta se excedía del tiempo previsto y a veces continuaban hasta el estacionamiento de su automóvil con algunos alumnos que solíamos acompañarlo.
En sus cursos nos inducía a través de las sucesivas etapas históricas de la arquitectura, a analizar y deducir su condicionamiento a las necesidades propias de cada momento: sociales, económicas, culturales, sobre todo políticas, tanto como a las físicas y a los recursos técnicos que hicieron posible su realización.
Así, la historia de la arquitectura se correspondía con la de la sociedad y con la del desarrollo científico y tecnológico, contrario a la historia tradicional de los estilos, que sólo se enfocaba a los aspectos meramente formales o cosméticos.
Nos hacía ver, como en el pasado la arquitectura se significó, por la magnificencia y grandiosidad y por lo tanto el derroche, como expresión del poder de aquellos para quienes fue realizada. Que los templos y palacios legados, que aún admirábamos, daban cuenta de ello, y que las construcciones hechas para el pueblo, en cambio, por su misma pobreza, incendios, guerras y su rápido deterioro, fueron desapareciendo sin dejar vestigios.
La nueva, en cambio, enfrentada a satisfacer las grandes demandas sociales con los recursos económicos limitados, principalmente en los países subdesarrollados, debía tener como premisa, a diferencia del pasado, la expresión de un sentido justo de la economía, sin detrimento de la comodidad, la seguridad y la belleza.
Respecto a su relación con los recursos técnicos, nos hacía analizar y deducir, mediante las obras más ejemplares en cada etapa, no sólo el cómo éstas aprovecharon mejor dichos recursos, sino cómo también contribuyeron a su evolución.
Vimos, por ejemplo, que los templos griegos originalmente fueron realizados en madera, con ingeniosas soluciones de carpintería y cuando se gozó de mayor poder económico, únicamente se cambió la madera por mármol. En el Partenón observamos en el dintel las formas originales hechas en madera reproducidas con exactitud en mármol.
Y que la gran cúpula del Panteón de Agripa, una de las obras paradigmáticas de la arquitectura romana, fue un alarde de tecnología, no sólo por lo escaso del material pétreo que la cubre, sino por haber sido hecha por el método de Avance en el Vacío, es decir, sin cimbra de madera.
También, cuando las iglesias románicas, techadas con bóvedas de medio círculo, comenzaron con amenaza de derrumbe por los empujes horizontales sobre los muros de apoyo, los constructores encontraron la solución, sustituyendo la forma circular por la ojival que redujo los empujes y además los absorbieron con otros arcos de apoyo externo.
Entonces canalizaron los esfuerzos por nervaduras de piedra, eliminando los muros como elementos de sustentación, dejando pasar la luz y aligerando la obra, especialmente en las grandes catedrales de fines del Medioevo, naciendo el gótico, uno de los momentos más brillantes de la arquitectura y anticipador de la actual.
Así fue como nos llevó a la conclusión de que una de las aspiraciones permanentes de la arquitectura ha sido su aligeramiento, cubrir los mayores espacios con la menor cantidad de material.
Pero seguramente la conclusión más importante a la que nos condujo fue la consideración de los valores sustantivos y permanentes de la liberándola de las desviaciones formales, de los estilos tradicionales, y si hubiera previsto el futuro reciente, seguramente hubiera agregado las actuales modas intrascendentes y efímeras.
La funcionalidad que implica la comodidad, la seguridad que comprende la privacidad, la economía, que no se entiende como pobreza sino como la utilización óptima de los recursos, y la belleza, de la cual Juan O ‘Gorman expresaba su concepto con una metáfora que habla por sí sola:
Una obra funcional y bien realizada podía ser tan bella como una mujer joven desnuda sin necesidad de recurrir a corsés o polizones.
También vimos con él, como en el pasado la arquitectura había sido frecuentemente un mero apoyo a las artes decorativas que la revestían y como en la Exposición Universal de Barcelona de 1929, el pabellón de Mies va der Rohe había expuesto a la arquitectura sola, haciendo gala de su desnudez y a la escultura como un complemento, igual que el mueble mismo, dando por resultado una perfecta armonía y una indiscutible belleza.
Por la mañana se daban las materias relacionadas con la construcción, impartidas por ingenieros, algunos tan connotados como Manuel González Flores, inventor de novedosos sistemas constructivos, Premio Nacional de Ingeniería. En las tardes, las específicas de arquitectura, con la rigurosa asistencia de los maestros arquitectos, quienes dedicaban la mañana a sus proyectos particulares. Acción muy importante, pues los maestros al estar en pleno ejercicio profesional, se mantenían actualizados, participaban a sus alumnos sus propias experiencias e invitaban a los egresados a incorporarse al campo de trabajo.
En las tardes, salvo el dedicado a las materias teóricas, el mayor tiempo lo pasábamos en el taller de composición arquitectónica desarrollando proyectos, desde los más sencillos en primer año hasta los más complicados en el último.
Al finalizar los cursos, los proyectos realizados por los alumnos, presentados en cartulinas y generalmente complementados con maquetas, eran expuestos y así calificados por tres de los maestros que impartían los talleres. Me parece que esto es muy importante a considerar. La exposición de los proyectos no solo calificaba a los alumnos, sino que la crítica en conjunto favorecía el aprendizaje, al mismo tiempo que era un estímulo para los alumnos y aún para los maestros.
Una sentencia bíblica dice que el árbol será juzgado por los frutos.
De las generaciones de egresados en la época a la que me he referido, que es la de la influencia de Juan O ‘Gorman y su grupo, voy a citar a quienes han destacado como arquitectos: Joaquín Sánchez Hidalgo, Guillermo Ortiz Flores y Carlos Villaseñor en hospitales, Héctor Alonso Rebaque en hoteles, Manuel Teja y Juan Becerra Vila en diseño en general y escuelas prefabricadas, Ruth Rivera y Javier Villalobos en restauración, Alejandro Gaytán en crítica de arquitectura y urbanismo, editando Calli una de las dos revistas de arquitectura con mayor presencia y permanencia. David Sánchez Torres en edificios penitenciarios, David Cymet Lerer como teórico en urbanismo. Esta en preparación un libro sobre la obra de Germán Benítez en las ciudades de Culiacán y Los Mochis, en donde la fisonomía urbana fue muy influida por su cuantía y calidad.
Esta destacada actuación resulta más significativa dado el reducido número de los primeros egresados.
Otro aspecto para considerar en la irrupción de estos nuevos profesionales de la arquitectura, sobre todo por el título de ingeniero arquitecto que se nos impuso y que resultó, por lo menos, polémico, motivó en el medio una reacción ambivalente.
Por parte de los arquitectos tradicionalistas fue de inmediato rechazo, pues al margen de sus diferentes conceptos sobre la arquitectura, había una razón de tipo social. Habiendo sido una profesión muy elitista los arquitectos politécnicos venían a democratizarla.
En cambio, con los arquitectos universitarios convencidos de la nueva arquitectura e imbuidos del espíritu social prevaleciente, establecimos, también de inmediato, una relación de confraternidad, que aún se mantiene. Cuando se formó el Colegio Nacional de Arquitectos, juntos encabezamos sus primeras directivas.
Debo concluir, que Juan O ‘Gorman nos inculcó, a los que tuvimos la fortuna de haber sido sus alumnos, una gran pasión por la arquitectura y la convicción, en concordancia con el espíritu del Politécnico, de que ella es, primordialmente, un satisfactor social.
Unidad Profesional del I P N en Zacatenco. D. F.

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